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El Canciller Política-ficción sin quiebre dramático por Javier Ibacache

Sábado 2 de Julio de 2005

«El Canciller»: política-ficción sin quiebre dramático

Por Javier Ibacache V.

Escrita por Lucía de la Maza («Color de hormiga») a partir de una idea compartida con Nicolás Fontaine, «El Canciller» (estrenada anoche en La Comedia) se ofrece como un peculiar ejercicio escénico que ficciona con el curso que tomarán los actuales conflictos de país, revisándolos en el año 2024, en la víspera del cambio de mando presidencial, cuando Chile se sobrepone a la Segunda Guerra del Pacífico, la crisis energética se ha extremado y los atentados de un movimiento guerrillero nacionalista atrincherado en el norte mantienen en jaque el statu quo.

El mandatario saliente (Agustín Moya) y el recién electo (Osvaldo Silva) se reúnen en el departamento del canciller (Héctor Aguilar) para establecer un pacto que asegure la gobernabilidad. A poco andar, el encuentro demuestra que los cánones del sistema político no se han modificado: el poder se distribuye entre pares y ex amigos de juventud, la movilidad social se ha hecho precaria y las demandas de igualdad siguen siendo las mismas.

En contraste con «Los Jerarcas» – el solvente e inquietante trabajo anterior de Fontaine de similar estructura- , el montaje no consigue generar un clima incierto u oscuro sobre la trastienda del poder ni establece una convención ad-hoc a la ficción que se intenta recrear, salvo en tópicos aislados que se filtran en los diálogos, como el uso de la energía solar, la valoración del régimen macrobiótico o la visión de los cuerpos astrales de todo individuo.

A causa de una dirección que subraya innecesariamente la rigidez y la parquedad en las actuaciones, pero que pronto se traiciona a sí misma al coquetear con los usos de una parodia, el resultado queda en una zona intermedia, sin que ofrezca una progresión dramática de interés ni consiga evidenciar la atmósfera rancia de los textos.

Acaso el mayor valor del ejercicio radica en subrayar que el «gatopardismo» criollo descansa en la institución de la prole ilegítima que genera dos clases o tipos de país: el de los señores y el de los vástagos, como parece insinuarlo la pieza al equiparar en último caso el dilema de los protagonistas con el sino de O’Higgins.

Pero incluso este discurso reclama una estructura dramática y una dirección de mayores quiebres, que permita que las tensiones se evidencien y no se ahoguen en una velada monocorde.

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