La era de la disrupción digital.

El objetivo del libro, La era de la disrupción digital de Javier Andrés y Rafael Doménech publicado por  Deusto, es contribuir a entender los desafíos que plantea la cuarta revolución industrial, que aunque tiene similitudes con otras revoluciones tecnológicas, muestra, sin embargo, algunas diferencias y características nuevas de consecuencias imprevisibles.

Comparto con ustedes varios pasajes y extractos del libro en este post, el cual permite al lector conocer los ejes temáticos centrales desarrollados por los autores. 

 

El libro se articula alrededor de tres elementos esenciales, primero el impacto del cambio técnico sobre el PIB, su incidencia sobre el nivel y la calidad del empleo y las tendencias recientes de evolución de la desigualdad en la distribución de la renta en diversas formas (funcional, personal o intergeneracional). Donde los autores señalan: “reconocemos la deuda con colegas con quienes llevamos mucho tiempo trabajando y debatiendo con la finalidad de contribuir a identificar las razones por las que algunas sociedades se acercan más que otras a unos objetivos deseables de prosperidad y realización individual y colectiva que cuesta definir con precisión, pero que todos podríamos identificar cuándo los vemos”.

 

El impacto tecnológico no siempre fue rápido, un ejemplo, en 1886 nació,  gracias a Carl Fredrik Benz el primer automóvil con motor de combustión interna. Tres décadas más tarde, menos de un 10% de los hogares en Estados Unidos, que estaba a punto de pasar a liderar la economía mundial, tenía acceso al automóvil. Esto se contrasta con el primer gráfico presentado por los autores, donde se señala el porcentaje de adopción de diferentes tecnologías en los hogares de Estados Unidos a finales de la década de los 90. De tal forma, la adopción de las nuevas tecnologías sugiere que no estamos ante una ola de innovaciones maduras, cuyo dinamismo se está agotando.

 

La innovación no solo disrupta el mercado, también lo aterra. El movimiento lulita, en el que muchos artesanos ingleses se opusieron a la mecanización de la producción textil a finales del siglo XVIII y principios del XIX, es una muestra de lo poco abierto o disponibles que estamos frente al cambio. Ya en el año 2010 algunos autores planteaban la desaparición del 50% de ocupaciones existentes en las próximas décadas. Sin embargo, los países más teologizados suelen tener una renta per cápita más alta. La mayor desigualdad y el número de horas trabajadas suelen ser mayor es en los países de menor renta per cápita, el crecimiento de la renta y del consumo per cápita de un país viene determinado fundamentalmente por el ritmo al que mejora su capacidad para acumular capital físico, tecnológico y humano, y para utilizar más eficientemente sus factores productivos: el capital y trabajo. Es decir, por el progreso técnico.

 

El cuestionamiento es si seremos capaces de sostener el ritmo de crecimiento económico observado a lo largo de la mayor parte del siglo XX. Sí, será compatible con la creación de empleo, evitando situaciones de desempleo tecnológico masivo y deterioro del empleo. Además, si serán suficientes los mecanismos de distribución existentes a través del mercado y del servicio público, para asegurar un reparto equitativo de los frutos del crecimiento, al menos como el que se logró tras la segunda guerra mundial.

 

Los autores hacen una seria defensa a la innovación, sosteniendo que la falta de oportunidades de inversión tiene más que ver con incertidumbres y restricciones de tipo estructural que con un problema de insuficiencia de demanda potencial.

 

Otro aspecto que es estudiado tiene relación con el trabajo, con su nivel y su renta. Los países con menor horas trabajadas suelen tener un PIB por empleado más alto, esto desecha la idea de quien la innovación destruye puestos de trabajo. Hemos pasado de trabajar prácticamente 1/3 de todas las horas de nuestra vida hacerlo apenas un 10%.

 

La tecnología también ha bajado sus costos, un ejemplo de esto es el proyecto del genoma humano que tenía un costo de 3000 millones de dólares el año 1999. En el 2019 se encuentra por debajo de los 1000 dólares.

 

Hoy más que nunca, el Bienestar Social cobra importancia, sobre todo si consideramos el aumento de casi ocho décimas de la temperatura mundial a lo largo del último siglo, respecto al promedio de 1850-1900. Pues es la actividad humana la que ha cambiado mientras que los factores naturales habrían mantenido constante la temperatura media del planeta.

 

Las revueltas sociales en países como Francia, Chile o Ecuador ante el incremento de impuestos a los combustibles o al aumento de costos de producción y la pérdida potencial de competitividad internacional indican la necesidad de diseñar bien este tipo de políticas, incluso llevar a cabo pruebas pilotos o experimentar aleatorizados para ver cómo funcionan de manera controlada. Es la tecnología la que nos permitirá escapar de este escenario tan pesimista, según Mokyr. Por el contrario, para Gordon las nuevas tecnologías no son tan disruptivas como las de la segunda revolución industrial, o para quienes postulan que el problema no es que no se generen buenas innovaciones, sino que cada vez es más caro hacerlo por un problema de rendimientos decrecientes. Pues las innovaciones descriptivas más accesibles ya han sido descubiertas y,  salvo que dediquemos cada vez más recursos, estamos abocados a una desaceleración del crecimiento económico.

 

Los autores también se hacen cargo del mundo político y toman como ejemplo que en el año 1903 el miembro del Parlamento británico John Douglas Scott afirmaba que no creía que la introducción de los automóviles fuera a afectar a la monta de caballos o a los cocheros, a pesar de que él fue precisamente uno de los pioneros en la introducción del automóvil en el Reino Unido.

 

El salario desde el término de la Segunda Guerra Mundial hasta los años 70, el crecimiento fue estable, sin embargo, estas últimas cinco décadas el salario de los trabajadores con estudios universitarios ha empezado a crecer más rápidamente que lo de los trabajadores con educación secundaria o inferior. Esa brecha está lejos de acercarse y más bien se apuesta a la educación superior (universitaria, técnica, profesional) como casi el único actor en este siglo. Esto también es causante de la polarización del empleo y la generalización de los beneficios del Estado moderno.

 

La revolución digital en el empleo también es uno de los capítulos que aborda este libro, mencionando como ejemplo el campo de la Abogacía, donde el análisis de sentencias podrían ser realizadas más ágilmente con la ayuda de algoritmos de reconocimiento de texto, algo que ya está sucediendo en la industria del ocio y el entretenimiento como en los medios de comunicación.

 

Sin duda que los puestos de trabajo inexistentes aún dependerán de las propias innovaciones que sustituyan trabajos actuales. Por ejemplo, la disponibilidad de grandes bases de datos ha generado en un pocas décadas una demanda creciente de científicos de datos, que las universidades difícilmente son capaces de formar al ritmo que existen actualmente en las empresas. Esto hace que la innovación, si bien destruye algunos empleos, también aumenta la demanda de otros y termina creando empleo neto a través de diversos canales alternativos. Algunos de los países que más han avanzado en el proceso de automatización y transformación digital, como Corea, Singapur, Japón, Alemania o Dinamarca, son los países que tienen menos desempleo. Otro ejemplo es la demanda de servicios financieros por parte de la sociedad.  En 1967 Barclays instaló el primer cajero automático y su rápida expansión por todas las ciudades hizo pensar que el empleo en el sector bancario disminuiría drásticamente, muy por lo contrario por décadas el empleo en este sector no solo no disminuyó sino que en general aumentó.

 

Las nuevas tecnologías permiten la deslocalización de muchas tareas, expandiendo el límite de las competencias y permite que sea ya una realidad, lo que Richard Baldwin denomina competencia entre teleinmigrantes.

 

Los autores también dedican tiempo a la distribución de la renta como también de la riqueza, que es una cuestión económica, social y política de primer orden, requiriendo respuestas de la sociedad, tanto en las regulaciones de los mercados como en las medidas necesarias para asegurar la igualdad de oportunidades y la protección social. El estudio de los autores se centra en 3 tipos de indicadores, el índice de Gini , los porcentajes de renta que reciben los distintos grupos de población y la participación de los factores productivos en la renta nacional. Economistas clásicos como Adam Smith ya entendían que la viabilidad del capitalismo y de la economía de mercado dependía crucialmente de las de dos condiciones: del crecimiento continuo de la riqueza nacional y de la distribución equilibrada de las ganancias de este crecimiento entre los trabajadores y los propietarios de capital, el mismo Smith consideraba que ciertos niveles de desigualdad eran una consecuencia inevitable de la economía de mercado y que una sociedad totalmente igualitaria dificultaría su propio desarrollo distinguiendo entre la desigualdad útil y la desigualdad opresiva.

 

Tanto la globalización como la transformación tecnológica afectan la desigualdad y sus efectos son difíciles de separar.  Para Dani Rodrik la mayor preocupación hoy día de una hiperglobalización mal gestionada y que pueda socavar incluso la democracia, con instituciones internacionales que determinan las reglas de la globalización y que están muy lejos de los votantes en las clases medias o bajas.

 

La evidencia disponible apunta que el cambio tecnológico, el progreso técnico sesgado en habilidades, la rutiniciación y la polarización han tenido efectos más importantes sobre la desigualdad que la globalización. Esta conclusión se basa, en primer lugar, en el hecho de que el comercio mundial y la integración financiera se intensificaron sobre todo una década después de que empezaran a aumentar la desigualdad en las economías avanzadas, a principio de los años 80 del siglo XX. En 1989 la OCDE  eliminó las restricciones a los movimientos de capital entre sus miembros; en 1993 La Unión Europea puso en marcha el mercado único europeo; en 1995 comenzó a funcionar la Organización Mundial del comercio OMC y en 2001 China ingresó a la OMC, lo que significó el momento de irrupción de este país en el comercio internacional hasta alcanzar la importancia que tiene hoy día.

 

 

Las revoluciones industriales de los siglos XIX y XX y el análisis de los efectos de la revolución digital que hemos realizado nos permiten extraer una serie de regularidades e implicaciones en términos de productividad, y empleo, desigualdad y Bienestar Social; pero también una lección muy importante: sus efectos no son homogéneos y se observan enormes diferencias entre países, regiones sectores, empresa y trabajadores.

 

Es esencial potenciar el uso de nuevas tecnologías para el desarrollo de energías alternativas y un proceso de producción y consumo que preserve el medioambiente. Por ejemplo, con tiempos de adopción de tecnología como lo de la segunda revolución industrial, la escolarización de la población en distintos niveles de educación pudo hacerse a un ritmo relativamente lento. Desde que la educación elemental empezó siendo obligatoria en los países nórdicos entre 1814 (Dinamarca) y 1842 (Suecia) hasta la ampliación a los 16 años de la enseñanza obligatoria en España en 1990, pasó más de un siglo. Esto contrasta rápidamente con el 40% de los puestos de trabajo creados en los países de la OCDE que produjeron actividades tecnológicas entre los años 2005 y 2016.

 

Hoy en día el trabajo por cuenta propia y ajena se difumina y aparecen nuevas formas de empleo, es preciso cambiar las regulaciones del mercado laboral buscando un equilibrio entre atender de manera flexible a las nuevas necesidades del sistema productivo y la seguridad de los trabajadores, independientemente de su estatus. Es evidente pensar que estos cambios deberían hacerse de manera anticipada, rápida y eficaz, donde la innovación tecnológica es un aliado. Las nuevas tecnologías requieren niveles de formación muy superiores a los trabajos que se están destruyendo, por lo que la inversión en capital humano es cada vez más importante para conseguir habilidades complementarias con los robots y la inteligencia artificial. Los estudios que arrojan este libro nos señalan que 1/3 de la población joven podría no estar suficientemente preparada para los retos que supone la transformación digital. Esta necesidad con el tiempo tiende a ampliarse porque la probabilidad de realizar formación continua a lo largo de la carrera laboral es mucho más alta entre los adultos con formación superior que entre aquellos que solo han alcanzado el ciclo inferior de la educación secundaria. Un ejemplo es la diferencia que ocurre entre Japón y España, donde el primero tiene un 26,6% de los adultos, no alcanza las competencias del promedio de la OCDE mientras el segundo su porcentaje se eleva al 66,6% de la población. Y por eso que los especialistas destacan además la importancia de otro tipo de habilidades necesarias para navegar en un mundo que por ahora solo podemos intuir: la capacidad para el aprendizaje, el razonamiento analítico y el pensamiento crítico para la búsqueda de soluciones a nuevos problemas, la creatividad, la originalidad y la capacidad de iniciativa, el liderazgo personal y la capacidad de influencia social, la inteligencia emocional el uso del lenguaje o el compromiso con el  trabajo encomendado. De tal forma que se priorice fomentar un enfoque multidisciplinar que permita pasar de STEM (sciencie, tchnology, eneering and mathematics) a STEAM, con la a de arte y diseño, y ampliar a STEAMS para incluir también habilidades sociales.

 

El sistema educativo tiene un gran aliado en las nuevas tecnologías, donde  pueden desempeñar un papel fundamental para identificar estas necesidades, por ejemplo mediante MOOC  (massive online open courses) o incluso juegos (ramificación de la enseñanza) entre otros. Si queremos evitar que la brecha educativa se amplíe, y con ella la desigualdad de rentas,  las nuevas tecnologías deben utilizarse también para identificar correctamente dónde actuar con más intensidad y urgencia, y mejorar la eficiencia y coordinación de las distintas administraciones públicas. Pues, el empleo se destruye por razones económicas, tecnológicas y productivas. Es fundamental eliminar las barreras a la creación de empleo y a la inversión, innovación y crecimiento de las empresas, reducir las incertidumbres y buscar un equilibrio entre la flexibilidad del mercado del trabajo y la seguridad jurídica para trabajadores y empresas, facilitar la financiación de empresas emergentes y simplificar y mejorar la normativa para hacerlas más eficientes de esta forma contribuiremos a que la revolución digital no genere desempleo.

 

El cambio cultural es esencial, como señala Allison Maitland  (2014) Cada vez son más los trabajadores que se vean motivados por unas condiciones laborales que les permitan decidir sus propios horarios y teletrabajar desde múltiples sitios, que defienden su independencia, desean que se valore su creatividad, que buscan trabajar en entornos colaborativos no jerárquicos y descentralizados, que quieren participar en los beneficios de los proyectos que tienen éxitos en sus empresas o, incluso trabajar en proyectos con distintas empresas. Por eso la importancia de fomentar los programas de liderazgo, promover la inclusión y diversidad, mejorar su capacidad de atraer talento externo y mejorar la organización y cultura de la empresa hacia entornos más flexibles y ágiles. De esta forma se aspira a que todos los trabajadores, independiente de su estatus en el mercado laboral, tengan un conjunto similar de obligaciones, derechos y protecciones. Reducir la diferencia entre los distintos tipos de trabajadores, garantizar a las mismas reglas de juegos que todos cuenten con derechos y obligaciones similares, independientemente de que sean por cuenta propia o por cuenta ajena o de que tengan un contrato indefinido o temporal.

 

La brecha digital, para la opinión pública, incluso para los expertos, tienen con frecuencia a fijarse más en las impresionantes desarrollos tecnológicos de nuestros días, que su implementación efectiva en el conjunto del proceso productivo. Es por eso que los autores de este libro plantean cinco políticas para cerrar la brecha digital: La primera, fomentar el acceso de todas las empresas y sectores a las nuevas tecnologías. La segunda, desarrollar marcos normativos y legales nacionales y supra nacionales. La tercera, una importante inversión en infraestructura. La cuarta, potenciar la digitalización de la administración pública. Y la quinta, políticas públicas que promuevan y movilicen aquellas nuevas tecnologías y formas de inteligencia digital.

 

El Bienestar Social es un concepto multidimensional y difícil de medir, son tres factores determinantes para los autores: la productividad, el empleo y la equidad. Hace pensar que los efectos de la revolución digital en curso pueden ser, de nuevo, muy heterogéneos, con beneficios y costes que no se distribuyen de manera uniforme entre trabajadores, empresas y países.  En definitiva, el futuro va a estar determinado por la interacción entre, por un lado, las tendencias y los efectos potenciales de la revolución digital y, por otro, las estrategias y políticas con las que la sociedad anticipen, modelen, gestionen o corrijan sus efectos.  Rediseñar el estado de bienestar podría ser la mayor consecuencia de los efectos de la revolución digital, donde los autores profundizan en cuatro grandes arias: el capital humano, las políticas de empleo, contratación y remuneración, las regulaciones de los mercados y las políticas redistributivas.

 

La revolución digital, la globalización, el riesgo medioambiental y el envejecimiento están sometidos al estado del bienestar de las economías avanzadas con presión creciente,  pues,  este estado de bienestar que conocemos surgió tras enormes tensiones sociales, el aumento de la desigualdad, e incluso guerras mundiales, bastante década después de que empezara la segunda revolución industrial. Rediseñar el estado de bienestar para ajustarlo a las nuevas necesidades sociales, de manera que el aumento de la renta y del bienestar llegue al conjunto de la sociedad pareciera ser que es la innovación que se requiere. El sector público no puede perder el tren de la revolución digital; al contrario, debe liderarlo. Si lo hace de manera eficiente, conseguirá aumentar su credibilidad y reputación ante el conjunto de la sociedad. Muchos de los avances tecnológicos que hoy día disfrutamos han sido el resultado de la colaboración pública-privada y de la creación de un ecosistema en el que el emprendimiento y la iniciativa privada han podido florecer.

 

Lo que nos depare la revolución digital en el futuro dependerá de las capacidades de nuestras sociedades para moldearla y gestionar adecuadamente los cambios, de manera que el crecimiento económico permita dar satisfacción a las nuevas necesidades individuales y colectivas junto al análisis de cómo hemos llegado hasta el presente sugiere que es muy probable que en una sociedad lo hagan mejor que otras,  y consigan dan forma a un progreso en el que la equidad y eficiencia se retroalimentan entre sí. Para lograrlo hay que apostar por las nuevas tecnologías, y hacerlo con una finalidad inclusiva que permita a nuestras sociedades generar más riqueza y distribuirla mejor, progresar socialmente y aprovechar el enorme potencial que ofrece la revolución digital.

 

 

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Nicolás Fontaine 

5 de abril de 2022

Faro de la Nueva Extremadura 

 

 

 

 

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