Publicación «El Mercurio», 23 de Marzo de 2001
«LOS JERARCAS»:
Política en Escena
En su debut como dramaturgo, el actor Pedro Vicuña repasa con lucidez el 11 de septiembre de 1973.
Juan Antonio Muñoz H.
En «Los Jerarcas», de Pedro Vicuña, hay dos mundos que se plantean ante la inminencia de un golpe de Estado. De un lado, los personeros de Palacio, que buscan al Presidente y que no se animan a aceptar lo que ya es un hecho. Y de otro, los revolucionarios de base, atomizados y poco efectivos en sus decisiones.
Son dos discursos que no se encuentran y que nunca debaten lo que es el conflicto central.
Conocedor del teatro, de su historia y estructura, el nuevo dramaturgo triunfa, primero, en la tarea de hacer una obra seria sobre este espinoso tema y, segundo, en la construcción de una pieza cuya acción dura menos de 24 horas. Además – esto se agradece- es teatro de texto, hecho para ser actuado y no insinuado.
Vicuña tuvo un excelente colaborador en Nicolás Fontaine, quien debuta en la dirección y que asombra por su capacidad para mover una obra que alterna en la acción a dos grupos humanos y que exige un tempo que siga en paralelo un in crescendo de intensidad. Fontaine resuelve todo con fluidez y traslada al público de un sector al otro sin confundir.
El pequeño escenario está bien utilizado y los pocos elementos sobre él – un sillón rojo (esto es bastante cliché…) y una lámpara- cumplen con su función teatral; en especial cuando los actores mueven la luz con violencia para interpelar al personaje con que hablan (diseño integral de Daniel Molina).
Los diálogos de Vicuña son directos: vertiginosos y divertidos-terribles en el caso del grupo de base; concisos y tensos, entre los otros. En Palacio, si bien las llamadas telefónicas son un atractivo elemento de nervio, prevalece un tono más lírico, probablemente porque el autor pone énfasis en el martirologio de la institucionalidad. Esto último debilita un tanto la figura del Presidente, que casi no tiene parlamentos que no sean de vuelo poético, algo fuera de contexto en relación a lo que ocurre. Eso mismo, en cambio, está muy bien llevado en el personaje de María (Payita en las sombras) cuando, ya a punto de finalizar la pieza, se convierte en una suerte de Cassandra, pitonisa capaz de ver los resultados que tendrán los hechos equivocados de los hombres. Es estremecedora la entrega de Carolina Fádic tanto en este contenido papel como en la sanguínea, cuestionadora y dura revolucionaria. Y muy bien Juan Pablo Bastidas, como Carlos, el amigo del Presidente, austero en su dolor, expuesto a través de un habla a punto de convertirse en llanto.
Juan Antonio Muñoz H.